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¿Nómade o trashumante?

12/10/2021 / Archivado en: Sin categoría

Yo no soy de aquí,
pero tú tampoco
de ningún lado del todo
de todos lados un poco
Jorge Drexler, Movimiento

Desde muy pequeña, por distintas razones me he mudado. Al mejor estilo Facundo Cabral, cada vez que me preguntan de dónde soy, comienzo a cantar la canción: “No soy de aquí ni soy de allá…”. Hay quienes dicen que unx es del lugar donde naciste, otrxs, del lugar donde creciste, también donde viviste la mayor parte de los años de tu vida. Por mucho tiempo me angustié cuando me preguntaban sobre mi procedencia y frente a los cambios en el nuevo DNI, cuando ya no figuraban los lugares por los que había transcurrido. No sé si fueron muchos, pero lo que sí sé es que fueron, son y seguirán siendo importantes para mí, para mi historia y para todas las Jorgelinas que soy.

Lo cierto es que cuando me mudé de la provincia de Entre Ríos, específicamente de la ciudad de Paraná, a la provincia del Neuquén, ciudad de Cutral Có, siguiendo un amor, sentí en mis venas, en mi piel y en mi alma lo que era el desarraigo. Nunca supe lo litoraleña que era hasta que comencé a vivir en el desierto patagónico. Jamás entendí de distancias hasta que comencé a perder seres queridos y a llegar un día después del entierro. Tampoco me había emborrachado con un solo trago de vino (con varios sí) al escuchar un rasguido doble. Comprendí que mis lagrimones se espesaron para compensar la falta de humedad en mi piel. Que mi cuerpo aumentó de peso para sostenerse y sostener mi vulnerable emocionalidad que no quería ser arrasada por los fuertes vientos. Que el verde era mi color favorito frente a tanto paisaje beige. Entendí que el verdadero cambio de piel duele, que debía morir todos los días un poco para renacer.

Primero tuve que llorar lo perdido, lo que dejé, lo que ya no era, lo que no tenía, para encontrarme, para re armarme para re-amarme. Cuando le damos lugar a lo perdido, aceptamos la pérdida y es a partir de ese momento que comenzamos a ver lo posible. Ni mejor, ni peor… distinto. Nuevos universos que nos invitan a encontrarnos, a descubrirnos a seguir siendo y existiendo en eso que nos nombra de un modo diferente.

De mi vida en Buenos Aires y Entre Ríos entendí lo que es ser nómade. Me he mudado entre esas dos provincias y dentro de ellas varias veces en búsqueda de mejores condiciones de vida, de trabajo, de estudio y como contracara, huir de los malestares, de las penas, de lo que hace ruido, de lo que duele… ¿supervivencia álmica?.

De mi vida en Neuquén comprendí la trashumancia. En la cordillera, para mantener vivo y sano al ganado, los crianceros llevan a cabo las denominadas “veranadas”, una práctica ancestral que consiste en trasladar, mover su ganado a zonas más aptas para el pastoreo, pero lo interesante y hermoso de esta práctica es que toda la comunidad se adapta a esta forma de vida. Las familias, las escuelas, la población en general, incluso los turistas que visitan el lugar adoptan ese tiempo, ese ritmo ¡y lo celebran! Fiesta y tradiciones varias circulan para recibir un nuevo ciclo ¡Qué hermoso! ¿No? Trashumancia… adaptar tu ciclo de vida a los tiempos de la naturaleza, ser conscientes de lo cíclico, ¡celebrarlo!

En Neuquén también interpelé mi lugar en la historia familiar. Ambos mapadres son oriundos de dos pueblos descendientes de alemanes del Volga (Santa Anita y María Luisa de la provincia de Entre Ríos) o también conocidos como rusos-alemanes. Alemanes que provenían de Rusia (de localidades al margen del río Volga), pero que se autodenominan alemanes por el lazo sanguíneo, por compartir costumbres, religión e idioma. Esto incluso fue parte de las condiciones a conservar cuando se les propuso a los alemanes habitar suelo ruso en 1763, bajo la proclama de la emperatriz Catallina II. Alemania se encontraba en ese entonces devastada por la crisis que ocasionaba la Guerra de los 30 años. Nada bueno surge o se genera en las guerras y los ciudadanos debe poner la mirada en mejores posibilidades y condiciones de vida. Hay mucha gente que escribió sobre los movimientos emigratorios de este pueblo, no es mi intención profundizar sobre lo mismo, pero sí compartirles lo que resignifiqué de esta historia al pisar suelo neuquino, principalmente lo que se refiere al destierro y al desarraigo.

Si bien no nací en el pueblo de Santa Anita, viví ahí desde los 6 hasta los 17 años, tiempo suficiente para mamar y vivenciar todas las costumbres e idiosincrasias características de sus pobladores. De chica podría decir que me divertí, la adolescencia la padecí y cuando me fui del pueblo, me avergoncé de mi procedencia. A medida que fui creciendo y buscando mi identidad, más me alejé de esos discursos y creencias con los que había crecido. Poco sabía de la historia, mucho escuchaba del presente: una mirada despectiva, cerrada, ortodoxa, moralista y desconfiada hacia el otro, hacia a todo lo otro distinto, diferente. Me fui del pueblo y en mi partida dejé todo lo que me relacionaba o vinculaba con eso que escuchaba y veía.

El destierro y desarraigo que sentí en el cuerpo y en el alma viviendo en el desierto patagónico me enfrentaron a mis viejos fantasmas, enojos y distancias familiares. La apertura de mi primer registro akashico y la decisión de trabajar síntomas con la modalidad de la biodecodificación me invitaron a buscar y armar mi árbol genealógico, pero sobre todo, a escuchar y leer sobre la historia de mis antepasados. Hoy puedo decir que no sé si sané los síntomas, pero sí puedo asegurar que me acerqué y abracé a la historia, a mi historia, a la que me antecede. Comprendí que el territorio cutralquense era muy similar a la estepa rusa de mis antepasados, que mi dolor por el desarraigo era de alguna manera el dolor de mis ancestros. Debí conocer y enfrentarme a la historia para escribir mi propio destino. Entendí que para honrarlxs, no debía doler igual, no debía ser fiel al sufrimiento (fidelidad al clan) sino más bien, ver, mirar y reconocer la historia para hacer de la mía un universo diferente sin denegar el origen. Solo así dejó de doler y pude comenzar a devenir en otras formas y colores, incluso a disfrutar y amar el suelo y la vegetación desértica.

En esta tierra cutralquense fue que vislumbré mi amor incomprendido hasta el momento por las muñequitas rusas y gesté este espacio Mamushkero, me puse alas y ¡volé!.

Interacciones con los lectores

Comentarios

  1. Jose Maria montesino dice

    23/10/2021 en 16:39

    Me emocioné, con cada párrafo… Te vi, y te veo… Y es hermoso el crecimiento, la magia, el autoconocimiento, el lugar que lograste descubrir en vos misma y en cutral Co. Me quedo con algo prendido en el corazón,que por tenerlo tan cerquita no lo había resignificado del modo que lo traes al presente, trashumante… Celebro está construcción tuya, auténticamente tuya. Me encanta que volaste tan lejos, sino capaz no nos hubiésemos conocido. A seguir volando con los pies en la tierra y la mirada puesta en el cielo… Que un giro y un contragiro siempre nos encuentre. El jo!

    • Jorgelina dice

      23/10/2021 en 17:00

      Jo hermoso!!! sos parte de mis alas!!! te quiero inmensamente!

  2. Angie Garrido dice

    31/10/2021 en 03:13

    Bellísimas palabras. Tanto para decir, pero creo que no alcanzan las ideas. Muchas gracias por este escrito.

    • Jorgelina dice

      01/11/2021 en 21:35

      Gracias a vos por venir hasta acá y compartir tu sentipensar!

  3. Liliana dice

    09/11/2021 en 18:21

    Hoy tu pollera gira al viento quiero verte bailar….diría el maestro Luis Alberto. Si se trata de movimientos…la mamuskera es destello de luz, discernimiento, amar el fluir , mirar , no juzgar solo mirar, mirarte, mirarme, mirarnos….la mamuskera es palabrasilencio, es esa musiquita que no conocía y de repente está ahí invitando a bailar me, es savia y sabia, es relación nueva y profunda, es aquí y ahora, es pasado aquí y ahora y futuro aquí y ahora, y si es presente responsable de un abrazo una mirada. Gracias mamuskera.

    • Jorgelina dice

      10/11/2021 en 09:19

      y yo disfruto tanto de verte bailar!!! Gracias a la vida que nos ha cruzado!!!

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